vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, frecuentemente hasta el testimonio supremo de la sangre.
Ellas se sentían felices en su vocación. No tenían
otro objetivo que gastar su vida como Cristo, haciendo lo que Él hizo: cuidar y
enseñar a los niños, curar a los enfermos, socorrer a los necesitados y hacer
presente el Reino de Dios Padre en el mundo.
- Vivían apasionadas por Dios y por los pobres.
- Su ideal era claro y perceptible: transparentar la bondad de Dios a todas las personas, especialmente a los pobres.
- Su estilo de vida exigente y atrayente: comunidad de amor que vive en pobreza, castidad y obediencia.
- La fuente de su alegría: ser seguidoras de Jesucristo viviendo las bienaventuranzas en humildad, sencillez y caridad.
- Su razón de ser en la Iglesia: continuar la misión de Jesucristo entre los pobres. Este fue el motivo por el que fueron perseguidas.
Aceptaron el martirio serenamente, convencidas de que
es el acto supremo de amor a Jesucristo. Tuvieron presentes en su memoria y en
su corazón las palabras de Jesús: “Me persiguieron a mí y os perseguirán a
vosotros” (Jn 15, 20).
Ellas no buscaron la muerte, no actuaron con imprudencia, simplemente acogieron el martirio como un don de Dios.
Ellas no buscaron la muerte, no actuaron con imprudencia, simplemente acogieron el martirio como un don de Dios.
Las Mártires vivieron como testigos valientes de la FE
y firmes en la Caridad
Las 27 Hijas de la Caridad y Dolores Broseta, laica de la Asociación de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa de Bétera (Valencia), que serán beatificadas con los demás mártires en Tarragona, vivieron totalmente entregadas a Dios para servir a Cristo en la persona de los pobres, fieles al Evangelio y al carisma de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Las 27 Hijas de la Caridad y Dolores Broseta, laica de la Asociación de las Hijas de María de la Medalla Milagrosa de Bétera (Valencia), que serán beatificadas con los demás mártires en Tarragona, vivieron totalmente entregadas a Dios para servir a Cristo en la persona de los pobres, fieles al Evangelio y al carisma de la Compañía de las Hijas de la Caridad.
Viendo venir la persecución, rezaron con fe y buscaron la fuerza de la Eucaristía que las preparó para ser Testigos de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Fueron acusadas, apresadas y condenadas a muerte por ser Hijas de la Caridad dedicadas a sanar, curar, educar, acoger, orientar y hacer el bien como Jesús de Nazaret.
Unas
desarrollaron su misión como educadoras, otras como enfermeras y bastantes como
trabajadoras sociales en casas de Misericordia, Beneficencia y Asilos. Todas
pasaron por la vida haciendo el bien en seguimiento de Jesucristo. Vivian en
comunidad fraterna; juntas rezaban y programaban su misión, juntas revisaban su
vida para parecerse cada día un poco más a Jesucristo; juntas vivían el perdón
y la reconciliación y juntas se proponían ser TESTIGOS DE FE Y CARIDAD. Alentadas
por la fuerza del amor de Dios y de sus Hermanas de comunidad afrontaron la
muerte violenta por causa de la Fe.
Nuestras
mártires vivieron y murieron confesando
a Jesucristo con valor, perdonando a los perseguidores y poniendo su vida en
manos de Dios Padre. Dieron testimonio de Cristo, de su vida, de sus acciones y
del valor del seguimiento de sus enseñanzas. Prefirieron morir antes que
renunciar a su fe y su vocación consagrada a la Caridad. Por eso la Iglesia las
va a beatificar.
«Los mártires no quisieron renegar de la propia fe y murieron
confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer
fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de
nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena; hace que contemplemos “los
cielos abiertos” – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del
Padre» (Papa Francisco, 12.V.2013).
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